Si bien mucha gente sabe que no soy amante de la playa (es la parte de llenarme los pies de arena y la cabeza de agua salada la que no soporto), otra tanta sabe que me encanta el mar.
Cuando iba y venía de Cádiz en autobús, aunque aprovechara para echarme un ratito a dormir, siempre intentaba estar despierta cuando pasabamos por el Puente Carranza, porque hay una panorámica espectacular del mar inmenso y profundo, limpio y, normalmente, tranquilo, brillando a la luz del sol, que es digno de ver. Yo paso por ese puente prácticamente todos los sábados porque tengo que cruzarlo para ir a casa de mis abuelos, pero verlo en coche no es lo mismo. En un autobús vas más alta y se ve mejor. Es increíble.
Como decía, aunque prefiero una buena piscina limpia a una playa llena de arena que se filtra por allá donde encuentra un huequito (y no respeta zonas íntimas, ni oídos, ni fosas nasales), el mar es algo de lo que ya dificilmente quiero separarme. De hecho éste verano, cuando estuve en Palencia y sobre todo luego en Madrid, lo eché de menos. Eché de menos saber que si empezaba a caminar llegaría un momento en que me toparía con el inmenso mar azul.
Sonará cursi, pero sólamente cuando me quedo un rato mirando al mar me hago una idea de lo grande que es el mundo, de lo cerca que está lo que tenemos cerca, y lo lejos que está lo que lejos queda. Sólo mirando al mar siento una sensación plena de estar viva, de futuro. Es algo extraño.
Bien, pues últimamente estoy teniendo la oportunidad de estar mucho más cerca del mar a diario, porque, harta ya de los interminables atascos en ese Puente cuya vista es mi goce y devoción, he decidido coger el catamarán para ir a Cádiz, y para cuando pueda y coincidan horarios, venir.
El catamarán está aproximadamente a unos 15 minutos andando desde mi casa a paso rápido, el autobús a 5 minutos sólamente. Vamos, que me caigo de la cama y me planto en el autobús, como quien dice.
Ambos transportes valen exactamente lo mismo (1.50 el viaje), con la diferencia de que el autobús tarda 1 hora y 10 minutos en llegar a Cádiz, y el catamarán tarde 25 minutos (claro, ¿qué tráfico va a encontrar?).
Antes, para coger el autobús me levantaba a las 7 menos cuarto y lo cogía a las 7 y media. Ahora me levanto a las 7 y veinte y cojo el catamarán a las 8:10. Y llego exactamente a la misma hora a clase, con la diferencia de que duermo más y me desespero menos.
Definitivamente, me quedo con el catamarán, que además puedes elegir si ir arriba (al aire libre, pa veranito) o abajo, cobijada (pa invierno, imagino).
Y diréis, ¿por qué, si el catamarán es un abanico de virtudes y facilidades, llevas un año cogiendo el p*to autobús, que es un abanico de atascos y desesperaciones? ¡Ajá! Porque no ha sido hasta ahora que han puesto horarios que me cuadren bien pa llegar a tiempo! Aaaaaaay...!
Así que ahora, cada mañana, estoy a dos metros sobre el mar, y tengo mi vista favorita durante 25 minutos al día (ó 50 si voy y vengo), sin interrupciones.
Lo que significa de 25 a 50 minutos diarios sintiéndome viva, despierta, pero a la vez ausente de muchas cosas, sobre todo malas o tristes.
25 abril 2007
A dos metros sobre el mar
Confesado por Eámanë a las 10:00 p. m.
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