"... saber que un infierno en una zapatería cabe". "No sin mis zapatos". "Misión imposible".
Vale, quizá soy un poquito exagerada. Pero un poquito, no exageremos la no-exageración de mi exageración.
Y es que estoy desesperada al ver cómo comprar un par de botines se ha convertido en una aventura de final aún abierto.
Me dispongo a relatar los hechos, desde el principio de los tiempos.
Había una vez, en una ciudad muy cercana, una Vicky que, inocente ante lo relativamente sencillo que suele ser comprar zapatos, se dirigió presta y feliz a una de las varias zapaterías de su calle, Zankos.
Encontró allí miles de pares entre los que elegir y resultó encontrar unos perfectos: negros, de un tacón ideal y un precio más que aceptable. Satisfecha y dichosa ante semejante hallazgo, los mandó comprar inmediatamente y, dando saltitos cual Caperucita, volvió a su cabaña ilusionada con poder estrenarlos a la mañana siguiente, para ir al colegio.
Cuán sería la sorpresa de Vicky al comprobar que, por un terrible pero involuntario descuido de la amable y rubia-teñida dependienta, le habían metido en la cajita dos zapatos de modelos distintos.
Triste por no poder usarlos, Vicky volvió a guardarlos con la tranquilidad de volver al día siguiente y recuperar su par desparejado (valga la redundancia).
Al día siguiente, Vicky se dirigió de nuevo hacia la tienda y, tras disculparse, la adorable dependienta corrió a darle su par correcto. Qué felicidad, pensó Vicky: mañana sí que los estreno.
Efectivamente así fue. A la mañana siguiente se puso sus botas y corrió rumbo a Cádiz, a su cole. Pero qué disgusto al comprobar que, de pronto, se despega uno de los tacones. Cachis. Vicky va, compra pegamento y lo pega como buenamente puede, y piensa, "mañana iré a que me cambien los zapatos".
Al día siguiente vuelve a la tienda, lugar que le empieza a ser muy muy familiar, y le explica el terrible incidente a la aparentemente amable dependienta. Qué sorpresa al comprobar que la amable dependienta se convierte de pronto en la bruja del cuento y le replica "Si se ha roto el tacón, en algún sitio lo habrás metido, pequeña Vicky". Y Vicky contesta, con igual sonrisa dulce, "No no, fue recién al salir de mi casa". La dependienta dice, Vale, mañana hablaré con mi madrastra, que viene a hacer inventario, y veremos cómo solucionamos el problema. Vuelve en un par de días.
Vicky vuelve en un par de días y los zapatos no han llegado. ¿Le hago un vale? Sí, por favor.
Unos días después, vuelve una Vicky resignada a comprarse con ese vale otros zapatos cualquiera y se sorprende al escuchar de la dependienta que, finalmente, le comentó su problema a la madrastra y que, en unos días, le mandarían los zapatos de fábrica, talla 36, negro.
¡Yupiiiiiiiiii! Grita Vicky eufórica.
Vicky vuelve hoy. La dependienta, caja en mano y sonrisa en labios, dice "Ya están aquí". Abre la caja para no cometer los mismos errores de las primeras veces y... nos encontramos con unas preciosísimas y relucientes botas altas negras, que en nada, salvo en el tacón, se asemejan con sus ansiados botines. "Uy, fíjate, se han equivocado al mandarlo... mañana los aviso".
Y Vicky vuelve una vez más, triste, pensando en que posiblemente le den sus botines en Julio...
Vale, quizá soy un poquito exagerada. Pero un poquito, no exageremos la no-exageración de mi exageración.
Y es que estoy desesperada al ver cómo comprar un par de botines se ha convertido en una aventura de final aún abierto.
Me dispongo a relatar los hechos, desde el principio de los tiempos.
Había una vez, en una ciudad muy cercana, una Vicky que, inocente ante lo relativamente sencillo que suele ser comprar zapatos, se dirigió presta y feliz a una de las varias zapaterías de su calle, Zankos.
Encontró allí miles de pares entre los que elegir y resultó encontrar unos perfectos: negros, de un tacón ideal y un precio más que aceptable. Satisfecha y dichosa ante semejante hallazgo, los mandó comprar inmediatamente y, dando saltitos cual Caperucita, volvió a su cabaña ilusionada con poder estrenarlos a la mañana siguiente, para ir al colegio.
Cuán sería la sorpresa de Vicky al comprobar que, por un terrible pero involuntario descuido de la amable y rubia-teñida dependienta, le habían metido en la cajita dos zapatos de modelos distintos.
Triste por no poder usarlos, Vicky volvió a guardarlos con la tranquilidad de volver al día siguiente y recuperar su par desparejado (valga la redundancia).
Al día siguiente, Vicky se dirigió de nuevo hacia la tienda y, tras disculparse, la adorable dependienta corrió a darle su par correcto. Qué felicidad, pensó Vicky: mañana sí que los estreno.
Efectivamente así fue. A la mañana siguiente se puso sus botas y corrió rumbo a Cádiz, a su cole. Pero qué disgusto al comprobar que, de pronto, se despega uno de los tacones. Cachis. Vicky va, compra pegamento y lo pega como buenamente puede, y piensa, "mañana iré a que me cambien los zapatos".
Al día siguiente vuelve a la tienda, lugar que le empieza a ser muy muy familiar, y le explica el terrible incidente a la aparentemente amable dependienta. Qué sorpresa al comprobar que la amable dependienta se convierte de pronto en la bruja del cuento y le replica "Si se ha roto el tacón, en algún sitio lo habrás metido, pequeña Vicky". Y Vicky contesta, con igual sonrisa dulce, "No no, fue recién al salir de mi casa". La dependienta dice, Vale, mañana hablaré con mi madrastra, que viene a hacer inventario, y veremos cómo solucionamos el problema. Vuelve en un par de días.
Vicky vuelve en un par de días y los zapatos no han llegado. ¿Le hago un vale? Sí, por favor.
Unos días después, vuelve una Vicky resignada a comprarse con ese vale otros zapatos cualquiera y se sorprende al escuchar de la dependienta que, finalmente, le comentó su problema a la madrastra y que, en unos días, le mandarían los zapatos de fábrica, talla 36, negro.
¡Yupiiiiiiiiii! Grita Vicky eufórica.
Vicky vuelve hoy. La dependienta, caja en mano y sonrisa en labios, dice "Ya están aquí". Abre la caja para no cometer los mismos errores de las primeras veces y... nos encontramos con unas preciosísimas y relucientes botas altas negras, que en nada, salvo en el tacón, se asemejan con sus ansiados botines. "Uy, fíjate, se han equivocado al mandarlo... mañana los aviso".
Y Vicky vuelve una vez más, triste, pensando en que posiblemente le den sus botines en Julio...
6 acusaciones:
Dentro de tu desastrosa experiencia me ha encantado tu forma de redactarlo, de verdad, es un placer leerte.
Si tardaron 2 dias en enviarlo supongo que tardaran otros 2 dias en enviarte los pares correcto
xD gracias, intenté ser irónica, creo que se notó.
Gracias por los ánimos :p.
pues vaya faena! a mi una vez me dieron dos pies derechos, pero lo curioso es q sólo la suela y la plantilla eran del pie derecho, el "zapato" era del izquierdo...
xD
Señoras y señores, ya tengo los zapatos!!
oooh! y esta vez d verdad? xD
Sí!!! Ni me atrevo a sacarlos de la caja, no sea que con mi mala suerte salgan andando solos y se vayan a recorrer mundo! xD
Cuando le he dicho a la mujer "Adiós, gracias" no me lo podía creer, que fuera un "Adiós" de verdad (porque obviamente no pienso volver) y no un "Hasta mañana" xDD
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